Llegó de puntillas, envuelto en sutiles angustias, como una tormenta de silencios. Llegó, pese a que nunca hubiéramos esperado la visita de un huésped tan terrible. Las primeras alertas no nos hicieron sospechar que fuera él. Algunos olvidos, tal vez sin importancia. La tendencia a acumular ciertos productos, tal vez manías de la edad. Lagunas achacables al desdén de los años. Poco a poco más olvidos, los mismos productos comprados cada día, las lagunas más hondas y con orillas más distantes. Un día decidimos consultar con alguien experto en la materia, las palabras cayeron como losas: Matilde tiene principios de Alzheimer. Allí estaba. Se había instalado en nuestras vidas…y había venido para quedarse.
Al principio la familia pasó por una fase de negación. Y digo la familia porque Alzheimer no afecta solo a la persona que padece el mal, sino a todos los seres queridos que la rodean. No podía pasarle a ella, tenía que haber solución, había que buscar segundas, terceras opiniones. Luego vino la rabia, no era justo, una persona que toda su vida a hecho el bien no puede llegar a olvidar todo lo que ha amado. La tristeza, al ver sus retrocesos, la necesidad de arañar los retazos que se iban desdibujando en su memoria. Y al final, como una derrota frente a la realidad, llegó la aceptación del hecho inmutable, y la certeza de que lo único que podíamos hacer era proporcionarle una calidad de vida y de afectos insuperable. Para ello, hubimos de adaptar nuestras expectativas a su realidad. Nos costó terriblemente llevarla al Centro de Día, dejarla allí indefensa, desvalida…y a la postre resultó la mejor elección que hicimos. Ella pasaba las horas cuidada por gente que le proporcionaba los mejores cuidados y, más aún, una ternura infinita y atenciones en lo personal tan generosas, como si hubiese sido su propia familiar. También resultó ser beneficioso para las personas, su hijo y nuera principalmente, que la atendían a diario, pues también las personas cuidadoras necesitan cuidados. Y todos aquellos recelos iniciales nos parecieron absurdos…en el Centro de Día encontró un lugar para integrarse y ser feliz más allá de las antiguas rutinas que ahora le resultaban inservibles.
No pienso perdonar a Alzheimer, ni resignarme a él, ni pensar que así es la vida. Seguiré apoyando la lucha por la financiación a la investigación, reclamando que se dote de partidas presupuestarias la Ley de Dependencia, exigiendo que se apoye a las familias. Pero hay dos cosas que nuca jamás podrán arrebatarme ni él ni su velo sobre la memoria: la tranquilidad de que lo hemos combatido respetando la dignidad y las necesidades de mi güelita y todos los recuerdos que atesoro en mi corazón sobre la bondad con la que ella llenó mi vida, y que ahora le devuelvo en cada beso, en cada recuerdo, en cada paso que doy sintiéndola siempre a mi lado.
Elisabeth Felgueroso (Licenciada en Filología Española. Familiar de una persona con Alzheimer )
Leer tu nudo hace que vea reflejada mi historia, hay tantos puntos en común…
Me quedo con la parte final, devolver con creces todo el amor recibido de estas personas y disfrutar de ellas día a día. Yo tampoco pienso perdonar a ese señor.
Muchos besos y que la suerte se ponga de vuestra parte.
y además que bonito está escrito, emociona.
Muchas gracias por tus palabras, Eli, seguro que ayudan a muchas personas.
Un abrazo mucho ánimo con esta magnífica iniciativa.
Que sepáis que esta última semana estuve en El Savador y he dado a conocer vuestra web nudoanudo y vuestro video del huerto terapéutico ¡todo un éxito!
Teresa Mtnez